La vida, a la que llegamos desde la nada y por casualidad, es todo lo que tenemos. Todo lo que conocemos, constatamos, aprendemos, todo está abarcado desde que nacemos hasta que morimos.
Dejando aparte todo el tema biológico, la muerte sencillamente es la "no vida", me gustaría hablar del pensamiento que como atea, tengo ante la muerte desde mi "yo": emergencia compleja del órgano cerebro.
Si las condiciones para la vida de mis neuronas son óptimas, he de pensar que mi consciencia funcionará a pleno rendimiento, pero si por alguna causa, éstas empezasen a morir, o a ir desequilibradas por carecía de oxígeno u otros factores, es evidente que mi consciencia se verá mermada. El "yo" tiene tantas fluctuaciones como variaciones químicas sucedan dentro de él.
Ante una enfermedad que nos anticipa un final prematuro, (con prematuro quiero decir que no hay un proceso de envejecimiento de todo el organismo, incluidas nuestras células cerebrales), la valoración de si seguir viviendo inmersos en el dolor o no hacerlo, es algo que sí merece nuestra reflexión. Pero es una reflexión, no en torno a morir voluntariamente, sino a dejar de vivir dolorosamente. Para una atea, la muerte no tiene connotaciones, es la erradicación de la autoconsciencia, es la nada total. La decisión de cerrar la consciencia definitivamente. En un proceso de vida, con mucha frecuencia, estamos carentes de consciencia. Una anestesia en una intervención quirúrgica, el dormir, una droga...La muerte pues, aparece como una liberación total.
Lo más deseable, por supuesto, es morir "de viejos", cuando ya la fuerza vital abandona todo nuestro organismo, llegado el momento de que nuestro cerebro pasa esos tiempos de duerme-vela, cuando se infantiliza y poco a poco perdemos nuestra consciencia deslizándonos sin dolor, ni moral ni físico, hacia la nada, hacia la conclusión de nuestro propio proceso vital.
La cosa es distinta cuando se trata de la muerte de otros, especialmente de personas que amas:
No hay esperanza de otra vida para un ateo; la muerte carece de paliativos locos, de esperanzas sobrenaturales. Hay vidas cortas y vidas largas, pero eterna no hay ninguna, por la sencilla razón de que lo eterno no está sujeto a lo que define la vida, que son el nacimiento y los procesos de relación. Es un contrasentido decir "vida eterna". Así que la pérdida es asumida como definitiva y total. El dolor puede ser abrumador, no hay tisanas para él. Y la visión de tu propia vida, la reflexión sobre la vida puede ser demoledora, sólo dependemos de la obligatoriedad de vivir hasta que las heridas cicatrizan.
A pesar de que la gente religiosa considera que es horrible vivir sin esperanza de "vivir después", a mí personalmente, me parece un vicio antihigiénico para la mente no asumir la realidad tal cual es. He visto a gente descargarse su dolor en "es la voluntad de Dios", "ahora es un ángel" o "pronto nos reuniremos", incluso decir "él me protege desde el cielo" y con ésto último, coartar muchísimo la libertad que también aparece en la vida cuando alguien que se ha amado muere...olvidando la obligación que tienen de vivir plenamente, que es, a fín de cuentas, lo que estamos haciendo aquí los ateos.
Me parece espantoso pasar por la vida como quien pasa rápido hacia otro lugar. Creer en otra vida tras la muerte convierte a esta vida en un absurdo, le quita contenido. Hace mucho tiempo que pienso que los creyentes son medio vivientes intelectuales, o medio muertos intelectuales. Como atea no me hago ilusiones de futuro eterno a la diestra de nadie. Vivo, si no hay factores externos, puede que esté pasada del ecuador del tiempo de vida que me toca, pero quiero sólo pensar en la vida. ¿Que hay que pensar sobre la nada? La muerte es eso. Nada de nada.
Dejando aparte todo el tema biológico, la muerte sencillamente es la "no vida", me gustaría hablar del pensamiento que como atea, tengo ante la muerte desde mi "yo": emergencia compleja del órgano cerebro.
Si las condiciones para la vida de mis neuronas son óptimas, he de pensar que mi consciencia funcionará a pleno rendimiento, pero si por alguna causa, éstas empezasen a morir, o a ir desequilibradas por carecía de oxígeno u otros factores, es evidente que mi consciencia se verá mermada. El "yo"
Ante una enfermedad que nos anticipa un final prematuro, (con prematuro quiero decir que no hay un proceso de envejecimiento de todo el organismo, incluidas nuestras células cerebrales), la valoración de si seguir viviendo inmersos en el dolor o no hacerlo, es algo que sí merece nuestra reflexión. Pero es una reflexión, no en torno a morir voluntariamente, sino a dejar de vivir dolorosamente. Para una atea, la muerte no tiene connotaciones, es la erradicación de la autoconsciencia, es la nada total. La decisión de cerrar la consciencia definitivamente. En un proceso de vida, con mucha frecuencia, estamos carentes de consciencia. Una anestesia en una intervención quirúrgica, el dormir, una droga...La muerte pues, aparece como una liberación total.
Lo más deseable, por supuesto, es morir "de viejos", cuando ya la fuerza vital abandona todo nuestro organismo, llegado el momento de que nuestro cerebro pasa esos tiempos de duerme-vela, cuando se infantiliza y poco a poco perdemos nuestra consciencia deslizándonos sin dolor, ni moral ni físico, hacia la nada, hacia la conclusión de nuestro propio proceso vital.
La cosa es distinta cuando se trata de la muerte de otros, especialmente de personas que amas:
No hay esperanza de otra vida para un ateo; la muerte carece de paliativos locos, de esperanzas sobrenaturales. Hay vidas cortas y vidas largas, pero eterna no hay ninguna, por la sencilla razón de que lo eterno no está sujeto a lo que define la vida, que son el nacimiento y los procesos de relación. Es un contrasentido decir "vida eterna". Así que la pérdida es asumida como definitiva y total. El dolor puede ser abrumador, no hay tisanas para él. Y la visión de tu propia vida, la reflexión sobre la vida puede ser demoledora, sólo dependemos de la obligatoriedad de vivir hasta que las heridas cicatrizan.
A pesar de que la gente religiosa considera que es horrible vivir sin esperanza de "vivir después", a mí personalmente, me parece un vicio antihigiénico para la mente no asumir la realidad tal cual es. He visto a gente descargarse su dolor en "es la voluntad de Dios", "ahora es un ángel" o "pronto nos reuniremos", incluso decir "él me protege desde el cielo" y con ésto último, coartar muchísimo la libertad que también aparece en la vida cuando alguien que se ha amado muere...olvidando la obligación que tienen de vivir plenamente, que es, a fín de cuentas, lo que estamos haciendo aquí los ateos.
Me parece espantoso pasar por la vida como quien pasa rápido hacia otro lugar. Creer en otra vida tras la muerte convierte a esta vida en un absurdo, le quita contenido. Hace mucho tiempo que pienso que los creyentes son medio vivientes intelectuales, o medio muertos intelectuales. Como atea no me hago ilusiones de futuro eterno a la diestra de nadie. Vivo, si no hay factores externos, puede que esté pasada del ecuador del tiempo de vida que me toca, pero quiero sólo pensar en la vida. ¿Que hay que pensar sobre la nada? La muerte es eso. Nada de nada.
5 comentarios.:
>>me parece un vicio antihigiénico para la mente no asumir la realidad tal cual es.
Qué pedazo de frase; si me dejas, te cito.
Excelente texto Inchi Yetu
Has conseguido plasmar con exactitud la idea sobre la muerte que yo mismo tengo. Dudo mucho que yo hubiese podido expresarlo mejor.
Todos sabemos que las religiones, en origen, no son más que el refugio de los miedos, aunque desde hace mucho no son más que grandes multinacionales al servicio de unos pocos y que hacen esclavos a tantos.
El temor a la muerte, la promesa de la salvación eterna tan sólo si eres manso, obediente a sus reglas y caprichos, el permanecer ignorante son sus armas para conquistar al temeroso.
“Hay que ser temeroso de Dios” dicen.
Sea como sea, con cualquiera de los miles de dioses o con ninguno, la vida es demasiado valiosa para pasar por ella como un zombi, como un esclavo, adorando a seres imaginarios y siguiendo los caprichos de los humanos que periódicamente se autoproclaman “sus voces en la Tierra”.
La vida es valiosa, aprovechémosla, cada cual a su manera. Haz parapente, colecciona sellos, estudia el canto del grillo o diseña la estación espacial, no importa. Pero no malgastemos nuestras vidas adorando a seres imaginarios plasmados en cartón.
Simplemente porque eso no es vivir en la realidad, no es sano mentalmente y daña seriamente a toda la humanidad, degradándola al nivel de meras máquinas de obediencia ciega a unos lideres locos.
Recordando la fallida y estúpida “apuesta de Pascal” le diría al bueno de Blaise: amemos a la gente aquí y ahora, disfrutemos de la vida aquí y ahora, pues después de la muerte con seguridad no hay nada Perder esa apuesta es una estupidez con mayúsculas.
Gracias Jezabel. Yo lo considero una patología y es epidemia.
Sí, amemos, sobre todo, aquello que es tan efímero como nosotros mismos, imaginario. Realmente es tan extraordinario haber coincidido en este maremágnum cósmico...y es que sólo se puede amar, siendo realistas, aquello que podemos perder, no sólo referido a las personas, también los momentos y los instantes irrepetibles son amados con fuerza. Todo aquello que nos sobrevive,se valora, se explora, se admira y se desea, como los bienes materiales o un hermoso paisaje, pero no se les "ama". Y es imposible amar a algo eterno, a algo que no tiene vida. Ja ja, y menos si anda con exigencias de fidelidad y mansedumbre por boca de sus ministros orates.
Desde luego, hay días que una se levanta más ateorra que otros. Ayer fui a un funeral con su misa y todo. Me dio rabia pensar que el difunto era ateo manifiesto y por la cosa social la familia haya decidido hacer ceremonia religiosa. No por él, que le daba igual a estas alturas, sino por la falta de respeto hacia la idea del ateísmo. "Como era un buen hombre, pero estaba equivocado, Dios lo tendrá en su gloria" Horrible comentario.
De hecho creo que, si me permites, voy a imprimir este texto y lo voy a poner junto al cabecero de mi cama. :)
No, en serio, una reflexión muy aguda y sobre todo muy bien expresada.
La cuestión de la muerte preocupa tanto a unos como a otros. Es cómo se vive la vida lo que marca la diferencia.
Ups.
Me he equivocado: quería decir "La cuestión de la muerte NO preocupa tanto a los unos como a los otros".
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